domingo, 5 de julio de 2009

LA EDUCACION EN LA COLONIA


Educación en la Colonia.

(Herbert Morote)

Pasados los primeros años de pillaje y caos (1532-1537), que se agravaron con la larga y cruel guerra civil entre españoles (1537-1554) y una vez establecida la autoridad de los virreyes, la educación del pueblo que conquistaron quedó en manos de rapaces encomenderos y algunos sacerdotes que nunca fueron suficientes ni dejaron otra enseñanza que el catecismo. “Ora et labora”, reza y trabaja era su principal mensaje. La enseñanza del castellano a los indígenas nunca tuvo una prioridad en la Colonia, la escritura del quechua tampoco estuvo en sus planes.
Mantener al indio en la ignorancia fue, más bien, parte de la estrategia del dominio colonial.

Las instituciones del virreinato funcionaban a “imagen y semejanza” de lo que sucedía en España. Echemos pues una mirada a su situación en el siglo XVI. Carlos V y su hijo Felipe II tuvieron grandes dificultades para hacer de los varios reinos una nación, cada región de España tenía sus leyes, fuero, impuestos, lengua, ejércitos. No existía por tanto un gobierno central que pudiese intervenir en las regiones sin antes obtener de ellas permiso o consenso. Por eso los reyes decidieron apoyar a la iglesia, en especial al Santo Oficio de la Inquisición, que era la única institución que podía intervenir en toda la península sin pedir permiso a las autoridades locales. La iglesia católica dio unidad a España y los reyes se asieron a ella y la fortalecieron sabiendo que cuanto más fuerte fuese la iglesia más fuerte sería la monarquía.

La severa censura impuesta por la Inquisición impidió que los españoles pudiesen tener acceso a los avances científicos y filosóficos que se daban en Francia, Inglaterra, Países Bajos, Austria. Esta situación, añadida a la expulsión en 1492 de judíos y árabes, que eran muchos más avanzados en todas las ramas del saber que los cristianos, hizo que España perdiese su competitividad frente a los países del norte europeo. Dice el historiador español José Luis Abellán* : la Inquisición, que había surgido como garantía de unidad nacional frente a los que quieren romperla, se convierte en coacción frente a la libertad de pensamiento; bajo el pretexto de mantener el orden católico, el Santo Oficio se convierte en máquina fiscalizadora del orbe mental de los españoles. Se impone así un “misoneísmo” generalizado que huye de toda “novedad”, incluida la que un famoso clérigo llamó “la peligrosa novedad de discurrir”.

El daño fue irreparable, salvo un intento fugaz en la Segunda República, España siguió atrasada hasta la muerte de Franco (1975), quien también impuso una censura que impidió la modernización del país.

Siguiendo la línea de la metrópoli, los virreyes del Perú dieron el máximo apoyo a la religión como una manera de controlar a sus compatriotas y sojuzgar a los indios. Otra educación para los indígenas que no fuese religiosa era considera por los gobernantes no sólo innecesaria sino peligrosa.

El profesorado tanto en colegios como en universidades estaba compuesto mayormente por sacerdotes venidos de España. Lógicamente estos maestros no eran representantes de las mejores universidades españolas. El resultado fue que las universidades “estuvieran anquilosadas a uno y otro lado del Atlántico” afirma el catedrático español Luis Perdices Blas en un libro* sobre Olavide que citaremos varias veces en esta parte. La Universidad de San Marcos, por ejemplo, tenía un “plan de estudios en el que predominaban las cátedras de cuestiones sagradas y el carácter de las enseñanzas era el mismo que en las universidades de la metrópoli. Es decir, una ignorancia del progreso filosófico y científico de los países del norte de Europa.

Leamos a un testigo excepcional, Pablo de Olavide (1725- 1803). Este limeño educado en San Marcos, tuvo que huir precipitadamente a los 24 años a España ante el peligro de ser llevado ante la justicia por algunas faltas de dudosa credibilidad. Luego viajó por Italia y Francia donde entabló amistad con los enciclopedistas, en especial con Voltaire con quien después mantuvo larga correspondencia.

De regreso a España ocupó varios importantes cargos durante la Ilustración. Pues bien, esto es lo que escribió Olavide sobre las universidades españolas, que eran nuestros modelos: “Dos espíritus se han apoderado de nuestras Universidades, que han sofocado y sofocarán perpetuamente las Ciencias. El uno es el de partido, o de Escuelas; el otro el Escolástico. Con el primero se han hecho unos cuerpos tiranos, uno de otros, han avasallado a las Universidades, reduciéndolas a una vergonzosa esclavitud y adquiriendo cierta prepotencia que ha extinguido la libertad y emulación. Con el segundo, se han convertido las universidades en establecimientos frívolos e ineptos, pues solo se han ocupado en cuestiones ridículas, en hipótesis quiméricas y distinciones sutiles, abandonando los sólidos conocimientos de las Ciencias prácticas que son las que ilustran al hombre para invenciones útiles, y despreciando aquel Estudio serio de las sublimes, que hace al hombre sincero, modesto y bueno, en vez que de los otros, como fútiles e insustanciales,lo vuelven solo vano y orgulloso”.

No es mi intención seguir la tradición de ensalzar fechas y nombres, más bien desearía afirmar que nuestra educación universitaria en tiempo de la Colonia no fue buena porque era un remedo de la española: teníamos censura, carecíamos de profesores de alto nivel y estábamos desconectados de los progresos de países avanzados.

Es posible que algún lector se encuentre incómodo con lo expresado sobre la educación universitaria en la Colonia; permítanme aclarar el punto: nuestros historiadores hicieron bien en resaltar los nombres y fechas de fundación de universidades y colegios, así como los de ilustres peruanos que destacaron en muchas áreas del saber. Es importante conocerlos, sí, pero no es suficiente porque los historiadores en un afán desmesurado de resaltar nuestro pasado omitieron sus críticas. Por eso nos llenamos la boca diciendo que San Marcos es la más antigua universidad de América como si una fecha fuera un certificado perenne de eficiencia o sabiduría.

En cuanto a la educación que se daba a los curacas, es verdad que existieron esos “colegios” durante el virreinato, sin embargo estos se limitaban a enseñar religión, castellano y el respeto a las ordenanzas que debían cumplir en sus territorios.

Incluso esos “colegios” fueron cerrados por ser peligro de insurrección después de la rebelión de Túpac Amaru. Ahora que estamos en la era de la globalización, es forzoso hacer la siguiente reflexión: así como durante el Imperio Incaico la educación estuvo por encima de los pueblos conocidos por ellos, el país perdió su competitividad durante la Colonia.

El mundo se agrandó para el Perú, sí, pero España no pudo ni supo mantenernos en la cresta del conocimiento; todo lo contrario: caímos con relación a nuestro nuevo mundo: Europa. Ese fue el problema, no otro. En este mundo competitivo no podemos medir la eficacia de nuestra educación con relación al progreso de nosotros mismos, sino con relación a naciones con las que competimos.



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