Artículo de Beatriz Sarlo publicado por el periódico argentino"Clarín" 29-10-2006
"Quienes están preocupados por la educación argentina sufrieron al enterarse de que, según los resultados de una encuesta,la mitad de los chicos entre 11 y 17 años hace la tarea escolar mientras mira televisión. Sin embargo, la encuesta no dejaba en claro qué quería decir "mirar televisión ":¿seguir atentamente una telenovela o tenerla como ruido de fondo, además de las infinitas posibilidades intermedias?
Como sea, más que preocuparse por lo que hacen los chicos deberíamos preocuparnos un poco más por lo que hacen los grandes; no los padres, a los que hoy está de moda tirarles el fardo de la responsabilidad de lo que la escuela no hace, como si fuera tan sencillo reemplazar una institución y además alimentar una familia, sino los técnicos que se ocupan de la educación en este país.
Por ejemplo, preguntémonos seriamente:¿cómo es posible que la tarea de la escuela pueda resolverse mientras se mira televisión o se escucha música? Salvo que ese cincuenta por ciento de chicos que hace los deberes mirando televisión forme parte de un gigantesco equipo de superdotados, un dream team nacional que colocaría el nivel de inteligencia de la población argentina en un primer puesto inalcanzable para el resto del mundo, el mero hecho de que la mitad de los chicos sepa por experiencia que la tarea se puede hacer atendiendo, al mismo tiempo, otra actividad, informa sobre lo que la escuela espera de sus alumnos y de lo que pone en práctica para lograrlo, evidentemente sin éxito.
No puedo imaginar a un adolescente de un buen colegio estudiando biología o latín (porque todavía se estudia latín en algunos colegios) mientras hace otra cosa. Simplemente tratará de zafar así algunos días, pero no le está permitido convertir eso en una regla de vida.O quizá pocos alumnos de un colegio exigente integren el cincuenta por ciento del que habla la encuesta.
La mitad de los encuestados, es decir los que miran televisión mientras hacen los deberes, son chicos desperdiciados por el sistema educativo. Chicos de quienes sus escuelas no esperan ni siquiera el esfuerzo de concentrarse media hora exclusivamente en la tarea; o enfrentados a inútiles ejercicios repetitivos que carecen de sentido; a propuestas blandas que no exigen esfuerzo intelectual o deberes cuyo cumplimiento o incumplimiento no traen consecuencias mayores precisamente porque nadie cree en serio que lo que están haciendo en la escuela pueda tener alguna proyección positiva o negativa sobre el futuro, y nadie toma a su cargo convencerlos ni demostrárselo en los hechos hasta que llega el fin de la secundaria y todo parece demasiado tarde.
Si es posible que la mitad de los chicos haga la tarea de modo displicente y distraído, la responsabilidad debe buscarse en la escuela y no en los encantos de la televisión. Sobre la televisión se puede influir poco y nada: dirigirle discursos de buena voluntad para que mejoren sus contenidos y su lengua, discursos que los dueños de la televisión oyen como si fuera una llovizna. En cambio, sobre la escuela es posible actuar, no para ponerla en competencia con la televisión, porque de esa competencia la escuela saldría perdiendo antes de comenzar la carrera, sino estableciéndola como lo diferente de la televisión: es decir, el lugar donde las cosas no son ni fáciles, ni inmediatas, ni se conectan directamente con los deseos, ni siguen las modas.
Si los chicos hacen la tarea mirando televisión las razones están en la escuela, no en los teleteatros. Si los chicos miran tanta televisión, ¿por qué no se les pide todos los días que escriban un párrafo de quince líneas, con frases largas, contando lo que vieron? Si no saben hacerlo, las causas no hay que buscarlas en el zapping, sino en la enseñanza.
Los problemas no remiten a la televisión sino a la eficacia de la escuela, a su incapacidad para ocupar el mundo de los chicos, para convertirse allí en un espacio que ellos deban tener en cuenta como sus padres tienen en cuenta su trabajo o su deseo de conseguir trabajo. La escuela que no interesa a los chicos es la que no logra convertirse en uno de los centros fundamentales de sus vidas, y no articula en su espacio tanto la rebeldía de quien se resiste a la institución como la responsabilidad de quien sabe que sus acciones tienen resultados y que esos resultados importan.
La escuela que trabaja con los chicos que más sufren la pobreza y el abandono es la que más debe construir un espacio calificado, donde las cosas sean diferentes. Sus alumnos, que probablemente sólo tengan en su casa la televisión, son los que más necesitan romper una hipnosis mediática. Por lo tanto, lo que hagan los chicos con los medios dependerá de lo que haga la escuela con los chicos, y no a la inversa. Importa menos saber cuántas horas de televisión mira un chico por día.
Más importaría saber cuántas horas es adecuado que un chico trabaje en su casa para volver a la escuela al día siguiente. ¿Dos horas con televisión? ¿Una hora sin televisión? La pregunta no puede contestarse desde la televisión ni desde el deseo de los chicos. Las respuestas, si están en alguna parte, están en la escuela."
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