El siguiente es un artículo que hemos tomado de interrogantes .net , ilustra mucho acerca de la delicada distancia que hay entre dar y derrochar recursos materiales a los jóvenes , como consecuencia de ello educar un espíritu dependiente de un proveedor en vez de procurar formar un ser responsable de sí mismo.
Consumismo y temple humano
A lo mejor has oído aquel chiste de Eugenio del mudo de nacimiento. Iban pasando los años y el muchacho no hablaba. Sus padres lo llevaban de médico en médico, sin resultado, hasta que finalmente dieron el caso por imposible. No encontraban ninguna causa fisiológica de aquel absoluto mutismo.
Cuando la criatura tenía ya treinta y cuatro años, un buen día su madre le puso el café para desayunar, y el chico, con toda naturalidad, se dirigió a ella diciendo:
-Mamá, te olvidaste el azúcar.
-Pero, hijo mío, ¿cómo es que puedes hablar y llevas treinta y cuatro años sin hacerlo?
-Es que hasta ahora todo había estado perfecto —respondió.
Me imagino que tus hijos no estarán tan mimados como éste, que lo estaba tanto que en treinta y cuatro años no necesitó hacer casi nada por sí mismo, ni siquiera hablar. Pero piensa si no estarán llevando una vida demasiado fácil y demasiado cómoda. Es un error que tiene diversas manifestaciones.
Por ejemplo: Cuando los chicos tienen demasiadas cosas. Platón aseguraba que el exceso de bienes materiales produce delicuescencia en el alma, y Schopenhauer decía que es como el agua salada, que cuanto más se bebe, más sed produce. Los hijos criados en una atmósfera de sobriedad se forjan en la mejor fragua de virtudes.
Hay una sencilla ley psicológica: lo que te ha costado mucho esfuerzo conseguir, lo valoras mucho.
Lo que se te entrega por la vía rápida, casi lo desprecias. Muchos chicos tienen de todo pero han perdido capacidad para disfrutar lo que tienen porque apenas les cuesta obtenerlo. Cuando permitimos que entren en el juego de la fiebre consumista, del consumir por no ser menos que los demás, por no estar por debajo del promedio estadístico.
Es triste que haya tantas personas que se centran tanto en el tener en vez de en el ser. En las aulas puede observarse con facilidad lo que puede llegar a sufrir un adolescente por esa angustia de vestir a la moda, o de tener mejor material escolar o de deporte que sus compañeros. Es cierto que poco podemos hacer por suprimir esas modas. Pero cuando claudicas ante ellas no haces bien a tus hijos.
El culpable del consumismo es quien lo financia. "Mi padre me echa siempre una charla —decía aquella chica— pero al final me lo compra todo y me deja hacer siempre lo que quiero." Recuerda que la virtud no se adquiere por repetición de charlas, sino por repetición de actos que configuran un modo de ser.
Igual que en una clase de gimnasia no bastaría con que el profesor se dedicase todo el tiempo a realizar una exhibición de perfectos movimientos gimnásticos mientras los alumnos miran. No es suficiente con explicar la teoría. Cuando no les enseñamos a conocer el valor del dinero y a administrarlo.
Muchos chicos y chicas jóvenes parece que tienen las manos horadadas. No saben lo que es tener dinero para comprar algo y no comprarlo: da igual que sean unas zapatillas de deporte que unas chucherías, o agotar todas sus reservas en la barra de un bar. No saben lo que es el ahorro. No les dura nada el dinero en el bolsillo.
Si no cambian, cuando sean mayores se les escapará el dinero de entre las manos, porque ahora no conocen su valor. Quizá, como decía Wilde, saben el precio de todo pero no conocen el valor de nada.
Es positivo acostumbrarse a la economía ya en los años de la juventud. "Cuando trabajas para conseguirte el dinero, —me decía uno en cierta ocasión— ya lo gastas de otra manera, te lo piensas."
La economía educa el carácter y aumenta el sentimiento de autonomía, mientras que el exceso de dinero induce a la ligereza. El ahorro —sin caer en extremos anormales— puede ser muy formativo.
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