Por: Constantino Carvallo Rey· (tomado de Peru Insólito)
Probablemente cuando hablamos de educación nos preocupen los aprendizajes que el currículo manda : las sonoras sesenta palabras por minuto, la clasificación de los peces, la tabla del nueve. Y, sin embargo, hay otro aprendizaje fundamental, que se le escapa a menudo al currículo y que la escuela debiera ayudar a conseguir, un aprendizaje del que depende en gran medida la conducta de los habitantes de una nación. Me refiero al que según Basadre tendría que ser el gran objetivo de las clases de Historia: el amor a la patria.
No hablo del peligroso patriotismo, al que Samuel Johnson llamó el último refugio de los rufianes, sino de un sentimiento enraizador que se ha instalado en la carne y que nos lleva a amar el país en el que se vive. A amar su tierra. Por eso Pío Baroja decía que la patria es el paisaje.
Es el paisaje, sí. Pero, sobre todo es el paisaje de nuestra niñez, del amanecer del espíritu. Me gusta citar esa frase de Rilke: la única patria del hombre es su infancia. Esos primeros olores, las emociones tempranas ligadas a unos lugares gratos y al cuidado tierno de los seres que nos rodearon, que nos ampararon. La patria es un vínculo con la tierra entendida en sentido amplio como naturaleza y sociedad, como paisaje y como vecindad.
¿Cómo se logra el amor a la patria? Quizá no podamos saber cómo surge un sentimiento, que motivos lo impulsan. Lo que sí es seguro es lo que podemos hacer para que el sentimiento no nazca. Nadie ama, en su sano juicio, lo que le duele. El amor a la patria es una devolución, una respuesta recíproca, una correspondencia. El amor a la patria, como el bumerán, es de ida y vuelta. El amor a la patria se fundamente en el buen recuerdo, es la memoria de esa infancia feliz y del pedazo de mundo en el que crecimos.
Difícil amar a una patria que nos maltrata. Que no nos alimenta ni nos protege. Que no nos educa ni nos invita al juego y a la fiesta. Las escuelas representan a la patria, son, después de la familia, la institución que encarna a la nación y en ella transcurren buena parte de los que serán los recuerdos de nuestra infancia. Juan Abugattas, mi querido y desaparecido amigo, decía que las escuelas tendrían que ser amigables. Y el término aparece en una de las políticas del Proyecto Educativo Nacional del Consejo Nacional de Educación. La familia y la escuela son el escenario afectivo del que debiera surgir el agradecimiento, el compromiso profundo con el suelo en el que anduvimos. No el rencor, el resentimiento o la vergüenza. Esta es una misión central de la escuela: servir de útero social a la nación peruana.
¿Qué tienen que ver las armas con demostrar el amor a la patria? Es inexplicable que creamos que los escolares muestran el sentimiento de gratitud hacia el Perú marchando con paso de militar por las calles de su distrito. ¿De dónde salió esa idea? En el Perú tenemos un culto a las formas, a tal punto que la frase “un saludo a la bandera” significa el cumplimiento formal de un compromiso que no pensamos honrar.
El amor de los escolares por la patria tendría que manifestarse en su afán cumplidor, en su alegría y su motivación. Marchar con fusiles en el hombro bajo el ritmo de un redoble de guerra y con las trompetas que amenazan al enemigo no sólo no fomenta ni exhibe el amor a la patria sino que muchas veces lo desalienta y malogra. ¿Es el desfile, como quiere la educación peruana, un acto inclusivo?¿Pueden marchar los discapacitados, los “chatos”, los obesos? Hay una selección en las escuelas del mejor biotipo para ganar un ridículo oropel. Y luego están esos “brigadieres” abusando con su palo blanco del momentáneo poder.
La buena noticia es que el Ministerio de educación ha tenido el acierto de emitir la Resolución Ministerial que norma las celebraciones de Fiestas Patrias. Un extraordinario documento que invita a celebrar de otro modo y que prohibe la pérdida de horas de clases en ensayos de desfile escolar. Y lo que es mejor, dice el numeral 6.2.3 “Está prohibido el uso de armas, réplicas o juguetes alusivos a cualquier tipo de armamento”. Por fin un ministro distingue al escolar del soldado y a la patria del cuartel. Hay que felicitar lo bueno y esta resolución es ejemplar. Muy bien. Falta otra, antes de irse vice-ministro Idel Vexler, que diga en su inciso uno: cuídese a todos los niños y que a través de ustedes, queridos maestros, ellos vean los ojos de la patria dulce y afable que aprenderán a amar.
Probablemente cuando hablamos de educación nos preocupen los aprendizajes que el currículo manda : las sonoras sesenta palabras por minuto, la clasificación de los peces, la tabla del nueve. Y, sin embargo, hay otro aprendizaje fundamental, que se le escapa a menudo al currículo y que la escuela debiera ayudar a conseguir, un aprendizaje del que depende en gran medida la conducta de los habitantes de una nación. Me refiero al que según Basadre tendría que ser el gran objetivo de las clases de Historia: el amor a la patria.
No hablo del peligroso patriotismo, al que Samuel Johnson llamó el último refugio de los rufianes, sino de un sentimiento enraizador que se ha instalado en la carne y que nos lleva a amar el país en el que se vive. A amar su tierra. Por eso Pío Baroja decía que la patria es el paisaje.
Es el paisaje, sí. Pero, sobre todo es el paisaje de nuestra niñez, del amanecer del espíritu. Me gusta citar esa frase de Rilke: la única patria del hombre es su infancia. Esos primeros olores, las emociones tempranas ligadas a unos lugares gratos y al cuidado tierno de los seres que nos rodearon, que nos ampararon. La patria es un vínculo con la tierra entendida en sentido amplio como naturaleza y sociedad, como paisaje y como vecindad.
¿Cómo se logra el amor a la patria? Quizá no podamos saber cómo surge un sentimiento, que motivos lo impulsan. Lo que sí es seguro es lo que podemos hacer para que el sentimiento no nazca. Nadie ama, en su sano juicio, lo que le duele. El amor a la patria es una devolución, una respuesta recíproca, una correspondencia. El amor a la patria, como el bumerán, es de ida y vuelta. El amor a la patria se fundamente en el buen recuerdo, es la memoria de esa infancia feliz y del pedazo de mundo en el que crecimos.
Difícil amar a una patria que nos maltrata. Que no nos alimenta ni nos protege. Que no nos educa ni nos invita al juego y a la fiesta. Las escuelas representan a la patria, son, después de la familia, la institución que encarna a la nación y en ella transcurren buena parte de los que serán los recuerdos de nuestra infancia. Juan Abugattas, mi querido y desaparecido amigo, decía que las escuelas tendrían que ser amigables. Y el término aparece en una de las políticas del Proyecto Educativo Nacional del Consejo Nacional de Educación. La familia y la escuela son el escenario afectivo del que debiera surgir el agradecimiento, el compromiso profundo con el suelo en el que anduvimos. No el rencor, el resentimiento o la vergüenza. Esta es una misión central de la escuela: servir de útero social a la nación peruana.
¿Qué tienen que ver las armas con demostrar el amor a la patria? Es inexplicable que creamos que los escolares muestran el sentimiento de gratitud hacia el Perú marchando con paso de militar por las calles de su distrito. ¿De dónde salió esa idea? En el Perú tenemos un culto a las formas, a tal punto que la frase “un saludo a la bandera” significa el cumplimiento formal de un compromiso que no pensamos honrar.
El amor de los escolares por la patria tendría que manifestarse en su afán cumplidor, en su alegría y su motivación. Marchar con fusiles en el hombro bajo el ritmo de un redoble de guerra y con las trompetas que amenazan al enemigo no sólo no fomenta ni exhibe el amor a la patria sino que muchas veces lo desalienta y malogra. ¿Es el desfile, como quiere la educación peruana, un acto inclusivo?¿Pueden marchar los discapacitados, los “chatos”, los obesos? Hay una selección en las escuelas del mejor biotipo para ganar un ridículo oropel. Y luego están esos “brigadieres” abusando con su palo blanco del momentáneo poder.
La buena noticia es que el Ministerio de educación ha tenido el acierto de emitir la Resolución Ministerial que norma las celebraciones de Fiestas Patrias. Un extraordinario documento que invita a celebrar de otro modo y que prohibe la pérdida de horas de clases en ensayos de desfile escolar. Y lo que es mejor, dice el numeral 6.2.3 “Está prohibido el uso de armas, réplicas o juguetes alusivos a cualquier tipo de armamento”. Por fin un ministro distingue al escolar del soldado y a la patria del cuartel. Hay que felicitar lo bueno y esta resolución es ejemplar. Muy bien. Falta otra, antes de irse vice-ministro Idel Vexler, que diga en su inciso uno: cuídese a todos los niños y que a través de ustedes, queridos maestros, ellos vean los ojos de la patria dulce y afable que aprenderán a amar.
Constantino Carvallo , fundador del Colegio Los Reyes Rojos, murío el 18 de Agosto del 2008, dejando tal vez inconclusa su gran obra como un educador querido y respetado por sus colegas y tenido por muy mejor amigo entre sus propios alumnos.
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