El adolescente tiende por naturaleza a enjuiciarlo todo, tiene una considerable visión crítica de lo que le rodea.
-Eso no tiene por qué ser malo. Puede ser muy positivo-.
Por supuesto. Pero para que lo sea realmente, para que esa crítica sea positiva, habría que establecer una especie de reglas del juego. Podríamos intentar resumirlas en cuatro:
Primera. Para que alguien tenga derecho a corregir, tiene primero que ser persona que esté capacitada para reconocer lo bueno de los demás, y que sea capaz también de decirlo: que no corrija quien no sepa elogiar de vez en cuando. Porque si una persona no reconoce nunca lo que su hijo o su mujer o su marido hacen bien —y seguro que harán cosas bien, probablemente más que las que hacen mal—, ¿con qué derecho podrá luego corregirles cuando fallen?
El que nada positivo encuentra en los demás, tiene que replantear su vida desde los cimientos: algo en él no va bien, tiene una ceguera que le inhabilita para corregir.
Segunda. Ha de corregirse por cariño. Tiene que ser la crítica del amigo, no la del enemigo. Y para eso, tiene que ser serena y ponderada, sin precipitaciones y sin apasionamiento. Tiene que ser cuidadosa, con el mismo primor con que se cura una herida, sin ironías ni sarcasmos, con esperanza de verdadera mejoría.
Tercera. Tampoco debe darse la corrección sin antes hacer examen sobre la propia culpabilidad en lo que se va a corregir. Cuando algo marcha mal en la familia, casi nunca nadie puede decir que está libre de culpa.
Además, cuando uno se siente corresponsable de un error, corrige de forma distinta. Porque corrige desde dentro, comenzando por el reconocimiento de la propia culpa. Y el corregido lo entenderá mucho mejor, porque empezamos por compartir su error con el nuestro, y no lo verá como una agresión desde fuera sino como una ayuda desde dentro.
-Bueno, estás poniéndolo difícil...
Es que la crítica destructiva es tan fácil como difícil es la constructiva. Resulta muy eficaz que en la familia haya fluidez en la corrección, que se puedan decir unos a otros las cosas con normalidad. Que los agravios o los enfados no se queden dentro de los corazones, porque ahí se pudren.
-Te falta la cuarta regla.
Cuarta. Es una regla múltiple, inspirada en las que señala López Caballero. Se refiere a la forma de llevar a cabo la corrección:
- Debe ser cara a cara, pues no hay nada más sucio que la murmuración o la denuncia anónima del que tira la piedra y esconde la mano.
- A la persona interesada y en privado; si no, suele ser contraproducente;
- Sin comparar con otras personas: nada de “aprende de tu primo, que saca tan buenas notas”, o “del vecino de arriba que es tan educado...”;
- Con mucha prudencia antes de juzgar las intenciones: hay que presuponer buena voluntad;
- No hablar de lo que no se ha comprobado bien, pues de lo contrario, juzgamos con una frivolidad que espanta;
- Corregir sobre rumores, suposiciones o sospechas, supone hacer méritos para ser injusto: recuerda aquello de que el bien debe ser supuesto, el mal debe ser probado, y eso otro de oír la otra campana, y saber quién es el campanero...;
- Específica y concreta, no generalizadora; sabiendo centrarse en el tema, sin exageraciones, sin superlativos, sin abusar de palabras como siempre, nunca...;
- Hay que hablar de una o dos cosas cada vez, porque si acumulamos una larga lista, parecerá una enmienda a la totalidad más que un deseo de ayudar;
- Sin reiterarlas demasiado: hay que dar tiempo para mejorar..., y además, la excesiva machaconería se vuelve también contraproducente;
- Hay que saber elegir el momento para corregir o aconsejar, que ha de ser cuanto antes, pero esperando a estar —los dos— tranquilos para hablar y tranquilos para escuchar: si uno está aún nervioso o afectado por un enfado, quizá sea mejor esperar un poco más, porque de lo contrario probablemente se estropeen más las cosas en vez de arreglarse;
- Y poniéndose antes en su lugar, haciéndose cargo de sus circunstancias, procurando —como dice el refrán— calzar un mes sus zapatos antes de juzgar.
Actuando así, se corrige de modo distinto. Incluso veremos que muchas veces es mejor callarnos: hay quien dijo que si pudiéramos leer la historia secreta de nuestros enemigos, hallaríamos en sus vidas penas y sufrimientos suficientes como para desarmar toda nuestra hostilidad.
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